MAGNETIC TOUR 2010 ORGULLO PASION Y GLORIA


Física y mentalmente inmejorables En su primer show en el Monumental (repetían anoche), el grupo de James Hetfield resarció al público argentino por el plantón de 2003 y ante 60 mil personas repasó su carrera con velocidad, distorsión y actitud.
Diego Mancusi
23.01.2010
Metálico soy. Tal como se vio en el recital en River, James Hetfield es la encarnación más acabada del rock más duro.
Fin de la discusión: la posta a la hora de armar una banda es ser como
Metallica, y punto. No por fundamentalismo heavy, sino por lo mucho que
mejoraría el rock si cada grupo del mundo se subiera a un escenario con
una misión explícita (“hacerlos sentir mejor”, dijo James Hetfield) y
otra tácita (convertirnos a todos en esos muñecos a los que uno los
surte y siempre rebotan y vuelven por más, decimos nosotros), sea en el
terreno del metal de estadios o con una criolla desafinada en un antro
mal iluminado. Mientras la gilada les discute el corte de pelo, el pase
al mainstream y algún paso en falso en tal o cual disco, estos cuatro
cuarentones salen a demoler igual que cuando tomaban hectolitros de
vodka y usaban remeras de cuatro dólares en los años 80. Si alguna de
las 60 mil personas que coparon River dicen lo contrario, o no
entienden nada o les están mintiendo: lo de Metallica fue la mismísima
verdad de la milanesa.
Ya desde la puesta en escena (sobria, obviamente negra, sin inflables,
luces láser ni nada por el estilo) dejaban en claro que lo que
importaba no era el papel plateado sino el metal auténtico (el único
agregado artificial fueron unos estallidos pirotécnicos y unas lenguas
de fuego que le sumaron calor a la ya de por sí tórrida velada). Como
sucede desde 1983, sonó “The Ecstasy of Gold” de Morricone en la intro,
y el resto fue pura tracción a sangre. “Creeping Death” de Ride the
Lighting fue el primer cross a la pera, y ya desde allí se adivinaba el
patrón: Lars Ulrich ultrajando los parches con saña (y mostrando en
algunos pasajes, como el ritmo quebrado de “One”, que es un pequeño
gigante), James Hetfield aportando el carisma y una guitarra rítmica
que arenga a sus compañeros como un canto de guerra, Kirk Hammett
luciéndose con precisión y velocidad, y Robert Trujillo, el nuevo,
asustando con su porte de homínido desatado y su repiqueteo gordo y
contundente.
Más clásicos (“For Whom The Bell Tolls” y
“Harvester of Sorrow”, de los años de purismo thrash; “Wherever I May
Roam, del hitero Álbum Negro) y el primer momento de sosiego de la
noche: la intro acústica de “Fade to Black”, seguida –cómo no– de su
correspondiente epílogo eléctrico. La seguidilla de temas de Death
Magnetic (“The End of the Line”, “Cyanide”) deja otra certeza: que su
última placa se inserta perfectamente entre sus mejores obras, cosa que
no hacen los ignorados Load, Reload y St. Anger. Y a todo esto, también
supieron pedir perdón: “Sabemos que les rompimos el corazón cuando
cancelamos en 2003”, dijo el cantante, y una tibia silbatina lo
acompañó hasta que agregó “pero acá estamos para curárselos” y arrancó
con una versión embroncada de “Sad But True”, eficaz para hacer olvidar
cualquier plantón.
Pasada la hora y media atendieron a los fans
más duros con “One”, “Master of Puppets” y “Blackened”, concebidas en
las épocas en las que jugaban a ser la banda más rápida del Oeste. Un
poco de calma dramática con “Nothing Else Matters”, y el primer final
con “Enter Sandman”, perfecta conjunción entre pesadez instrumental y
letra perversa que Hetfield canta con los ojos en blanco.
Un cover de los Misfits (“Last Caress”) y un último guiño a la historia,
cerrando con un par de temas de su debut Kill Em’ All: “Whiplash” y
“Seek & Destroy”, dos de las canciones más salvajes conocidas por
la humanidad. Como saldo, un mar de sudor, miles de mandíbulas caídas y
muchas ganas de salir a buscar una buena pelea callejera. ¿Descanso?
Para los flojos: Metallica toma aire para volver a arremeter.
Año I | Edición Nº688
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